lunes, 13 de septiembre de 2010

VIIII el ermitaño


el ciego jesús

eliécer cárdenas

El cuerpo, al despertar, mirando nuevamente el entibierse de la luz sobre la tierra, cabalga rumbo a esos cerros nublados, esas alturas densas, húmedas, con su manto de garúa, sus flores amarillas, su paja. El caballo hunde sus cascos en el lodazal, se detiene despatarrado, corcovea, relincha, recibe riendazos y picaduras de espuela. Tuerce las orejsa asustado, y de la neblina surge, nítido, el sonido lejano de un redoblante que avanza hacia él, rasgando el aire mojado y el viento. El que viene, advierte, es solo un viejo descalzo y rotoso, casi enano, que camina como ciego: tanteando con los pies cada piosada, digno y tranquilo, como si mirara con otros ojos, siempre más allá, castigando sin piedad a su tambor con dos ramas gastadas. "Y sé, no sabría cómo, que él sabe quién soy, y sé que es tan viejo como la misma tierra cuando él, acallando el tararán-tran-tran de su redoblante, atravesándole el cuerpo con unos inmensos ojos blancos, me da su sonrisa desdentada, maliciosa, me llama por mi primer nombre y hunde sus piernas hasta las rodillas en el lodo espeso". El caballo, asustad, relinchando, esquiva un intento de caricia del viejo ciego sobre las crines. Y el viejo se queda rascando el aire y sonriendo, alargando hacia el viento y la llovizna de sus dedos de uñas larguísimas y sucias, mientras el caballo, casi aterrorizado, enloquecido, gana con sus cascos terreno firme e intenta huir a la carrera, desbocado y tembloroso. "Y yo no sé, persignándome, si el viejo sea una mala visión, un alma en pena que vaga en este páramo por los siglos de los siglos. Peor su sonrisa es mansa y su pobreza le hace a uno confiar en él. Saco un sol de plata de mi faltriquera y se lo tiro sobre el tambor. El viejo besa el dedo gordo de su mano derecha y me agradece diciendo mi nombre. Yo, admirándome, le pregunto cómo puede saber mi nombre, aquí, tan lejos de los lugares donde soy conocido. Te vi venir, Naún, me dice con unas palabras sin eses por la falta de dientes, con una voz mellada, insegura por los años. Yo conozo todos los nombres y todos los caminos, Naún, me dice, y estoy en todas partes, en el aire, el agua, la tierra y hasta en tu corazón y tus sesos estoy, Naún. Viví, y morí, y resucité, pero ahora ando sin tiempo y mi edad es la del propio mundo. Y le miro las ciatrices secas, viejísimas sobre las manos, deformaciones de golpes antiguos en la nariz y las mejillas, sangre reseca en las barbas blancas, ralas. Sé cómo sois y cómo vives, me dice guardándose el sol que le regalé en un pañuelito mugroso y anudado. Y sé también que aquí cerca viven unos hombres que hacen lo que vos para poder vivir. Y sé que te estarán aguardando y querrán matarte para robar tu gran caballo y la plata que llevas. Pero no tengas miedo, diles mi nombre nada más, diles que el ciego Jesús habló con vos". Embrrado, dándole las espaldas, recibiendo el golpeteo de la garúa sobre su sombrero desteñido y su poncho en hilachas, se aleja camino abajo, perdiéndose en el ancho murallón de la neblina, volviendo a sonar su redoblante.

[Polvo y ceniza]

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2 comentarios:

  1. Muy bueno tu blog, gracias!
    Encuentros de TAROT
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    1. Muchas gracias. Recién veo. Ya voy a revisar el tuyo.

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